lunes, 26 de octubre de 2009

Nosotros y el Mar


Estábamos sentados en un chiringuito al borde del mar. El tiempo parecía no pasar. Uno sentado al lado del otro en unas hamacas, apurando un mojito, saboreando la hierbabuena bañada en hielo. Hechizados de mar, nos dejábamos llevar por el sonido de las olas. Tus pies bañados de espuma de mar jugando a ser mar, me estaban produciendo una agradable excitación. Jugabas con tus pies a sentir las embestidas de las olas, mientras yo te observaba, distraída, como ausente.

Vestías una falda negra, de tela lisa que flotaba sobre tus muslos bronceados por el Sol, acariciándote como un amante caprichoso. Un cubito de hielo se deshacía en mi boca y antes de que se desvaneciese del todo, me acerqué para besarte pasándote el hielo y refrescar tus besos.

Miraste extrañada. Sonreí y me devolviste el gesto mordiéndote el labio. Sabes que me vuelves loco cuando te muerdes el labio, es tu forma de decir que me deseas.





Cogí otro hielo del vaso y te lo pasé por el cuello acompasando mis dedos con el ritmo de las olas que teníamos enfrente. Me recreaba viendo como una gota glaciar fluía por tu cuello muriendo en tu escote. Cerraste los ojos e inclinaste la cabeza hacia atrás inspirando profundamente como en comunión con la brisa de un embravecido mar. Mi mano se introdujo entre tus muslos. Estabas caliente, a pesar de la ventisca de aire marino que refrescaba el momento. Te desplazaste en la hamaca hacia adelante, empujando tu vientre, como intentando alcanzar mi mano con tu pubis.“Tranquila cariño, vamos despacito, disfruta del momento” te susurré.

Pasé otro hielo por tus muslos, disfrutando de cada espasmo que me regalaban tus piernas. Suavemente fui recorriendo tus piernas con el hielo. Primero uno, luego otro, mientras te bebía el cuello y enredaba mi lengua en el lóbulo de tu oreja.

Me encanta ser el dueño de tu excitación. Sentir tu cuerpo convulso a merced de mis caricias, es algo que me pierde, y tú lo sabes. Jugamos a aromatizar nuestros labios con hierbabuena y menta. Estábamos totalmente cachondos, el sexo en público es lo que tiene, nos pone a mil.

“Mira como me tienes cabrón”, me dijiste mientras introducías mi mano en tu raja. Podía oler tu coño empapado desde la breve distancia que nos separaba.

“Quiero más hielo” decías en un habla entrecortada. Introduje un dedo en tu vulva henchida, húmeda y voluptuosa. Me dispuse a recorrer suavemente tu clítoris que parecía estallar con cada roce de mi dedo. Cuando nos dimos cuenta estábamos solos en aquella terraza perdida en la playa.

“Dame tu polla, ahora, vamos “me ordenaste. Abrí la cremallera de mi pantalón y te lanzaste a comerme el glande que estaba a punto de estallar. Brillante y duro como a ti te gusta. Cuando sentí tu boca en mi entrepierna pensé que me iba a desmayar. Tras unas cuantas lametadas tenias toda mi polla en tu garganta mamándome, comiéndome, lamiéndome.




Aunque intenté controlarme, me corrí en tu boca y en ese mismo instante me absorbiste como si estuvieras apurando un refresco con una pajita. No pude evitar lanzar un grito. Entonces levantaste tu cabeza. La oscuridad de la noche enfatizaba unos labios con hileras de semen y esparciéndolos con tu lengua me besaste. “Para que sepas a lo que sabe tu polla, campeón “. A pesar de haberme dado una corrida brutal, seguía empalmado y te dije “Necesito follarte ahora mismo”.

Nos levantamos y pagamos la cuenta. El camarero te dedicó una sonrisa cómplice y tras pagar me regaló un guiño "Seguid disfrutando de la noche chicos".

Seguía empalmadísimo, con ganas de ti, deseando tenerte del todo. Lo quería todo contigo y tú estabas dispuesta a dármelo.

Salimos camino al hotel cuando de repente vislumbré un callejón solitario en el que había un murete como de medio metro en el centro. Nos miramos y entre besos entramos en un nuevo callejón del deseo.

Te senté encima del muro. Estabas a la altura perfecta. Tu vientre contra mi vientre. Saqué mi polla y retirando con el dedo el hilo de tu tanga, te metí la polla hasta el fondo. Es indescriptible la sensación de penetrarte hasta el fondo. Sentirme totalmente dentro y que el resto del mundo desaparezca.

Estabas como loca por follarme. Te movías en un baile caótico y arrítmico al son de nuestros gemidos. Dueño de tus muslos, empapado de ti, te movías erráticamente, me empujabas hacia tus más profundos deseos. Yo estaba excitadísimo, sin embargo era capaz de controlar mi excitación. Sabía que te ibas a correr antes que yo.

Una mujer pasó por delante de nosotros, momento que aproveché para abrazarte y simular que éramos una pareja más, abrazada al amparo de la noche. Introduje mi polla unos centímetros más hasta tocar el cuello de tu útero. “No te corras, aguanta cariño “. Bastaron un par de embestidas más para sentir tu corrida. Prisionero de tus piernas en un larguísimo orgasmo te quedaste besándome como una niña, mientras yo me corrí de nuevo.

Tu respiración en mi cuello, mi respiración en tu mejilla, nuestra corrida derramándose en el muro. Nos quedamos un momento escuchando de nuevo las olas del mar. “Vamos al hotel cariño, necesito más hielos”.


6 comentarios:

  1. ¡Cómo me pone el hielo! Ese contraste entre el frío y el calor de la piel... sentir cómo se deshace al contacto con la carne ardiente, una lengua helada deslizándose lentamente por mi cuello, por mi vientre, entre mis piernas... ¡Yo también quiero hielo!!!!!

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  2. Ningun hielo del mundo puede aplacar tu deseo.

    Me alegra que te haya gustado preciosa

    Besos humedos y frios

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  3. El hielo y los sitios públicos...
    Las mujeres que no se asustan...

    Enhorabuena por la entrada y por la experiencia

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  4. Sin lugar a duda, dos ingredientes para alcanzar la felicidad plena. Una mujer valiente y mucho hielo.

    Me alegro que te haya gustado

    un abrazo

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  5. intento seducirlo para arrastrarlo también en lugares públicos pero no se suelta...

    no pierdo la esperanza.

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  6. Shang, te recomiendo que pruebes con un par de gin tonics y un mojito con mucho hielo...a ver que pasa.

    un abrazo

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