miércoles, 4 de noviembre de 2009

Jugando a médicos


Callejeando en una tarde de verano me encontré con mi amiga Rebeca. Compartíamos ciudad desde que nos conocimos en plena explosión hormonal adolescente. Recuerdo de ella un sinfín de momentos de calentón y noches de sabanas empapadas en mi soledad, imaginándome robarle el virgo aunque nunca llegó el momento. Como mucho, me dejaba comerle las tetas y algún intento felatorio sin rematar, quedándome peor que un esquizofrénico sin su medicación. Me volvían loco sus tetas adolescentes, duras como piedras y voluminosas con unos pezones que parecían querer atravesar sus camisas siempre vertiginosamente ajustadas.
De aquellas era una pelirroja tímida, de esas con cara de “yo no fui”. Siempre correcta, chica de familia acomodada y virtuosa por estar llena de virtudes. La típica chica que jamás permitiría que un canalla como yo la sedujera lo suficiente como para volverla loca. Siempre preocupada por tenerlo todo bajo control y nunca sentir demasiado, ni descontrolar demasiado. Tan cándida y dulce que le solía decir que me encantaba ensuciarla, a lo que ella respondía poniéndose como un tomate y una vez recuperada me increpaba que era un cerdo y que sólo la quería para eso.
Un día decidió que le convenía seguir su andadura vital con un tipo más en su línea. Un tal Carlos, aunque me consta que en algunos círculos lo llamaban Carlitos picha floja, un panoli de tres al cuarto con gafas de pasta que sentía vocación por la enseñanza. Ella acabo dedicándose al noble oficio de la medicina y nos fuimos perdiendo la pista.
Nos seguíamos encontrando por los bares. Pocas veces charlábamos más de un par de minutos. Terminábamos las conversaciones con un “..Nos llamamos”, que nunca se llegaba a materializar.
Sin embargo, aquel día fue distinto. Nos detuvimos a conversar más de lo que era habitual para un encuentro azaroso de los nuestros. Le propuse un café y empezamos a largar como cotorras, poniéndonos al día. Fue como si no hubiese pasado ni una semana desde nuestra separación, ya más de 10 años. Se ganaba la vida en un hospital, salvando vidas en un servicio de urgencias. Me contó que ese curro de matasanos le había cambiado la vida. Después de haber visto a tanta gente palmar, decía que se había convertido en una crapulilla y no hacía más que repetirme, “Carpe diem hermano”.
Había cambiado en algunas cosas. Se había despojado de esa hojarasca de niña catequista aunque seguía luciendo un escote impresionante y unas piernas kilométricas. Conservaba esa melena rizosa cobriza con un mechón que le colgaba por la frente y una cara tatuada de pecas en el puente nasal. Rebeca tenía unos ojos increíbles. No eran ni azules ni verdes más bien diría que eran grises, como el color del cielo en días nublados.
Después de un largo rato de cháchara me di cuenta, de que casi ni la estaba escuchando. Me sentía totalmente fascinado por el movimiento de su lengua al hablar, por el color de sus labios rojo carmesí y esa increíble luz que desprendía al mirarme.




Casi sin pensarlo le dije “Joder Rebe, con lo que me hubiera gustado follarte. Ella se sonrojó y al darse cuenta, quiso rebelarse y me contestó “Pues aunque no te lo creas, alguna paja me he hecho pensando en tu polla”. Me descolocó. No me esperaba esa respuesta. Aún vivía en mí el recuerdo de esa niña de coro de misa dominical. No pude por menos que sentir un ligero picorcillo en mi entrepierna. Y de inmediato le contesté “Pues lo cierto es que desde que te he visto, no he podido quitarme de la cabeza aquel día en que me comiste la polla por primera vez”. Se rió a carcajadas. “Joder, que arcadas tío. Estabas tan empalmado que tu polla casi no me entraba en la boca”. Un silencio un tanto incómodo flotaba por el ambiente. Sin querer, o queriendo, nos habíamos metido en un terreno peligroso. No quería cagarla. Entonces se me ocurrió “ Una pena que no estuvieras currando en el hospital por aquel entonces. Me hubiera gustado follarte en una de esas camas de exploración ginecológica”. Ella sonrió y sin apenas dejar pasar unos segundos me dijo “Eso tiene solución, si tienes cojones de venir a verme mañana que estoy de guardia”. El corazón me latía tan fuerte que casi me sale por la boca. “Ah sí ? Mañana sería perfecto, no tengo ningún plan”. “Seguro que al final te acojonas y no vienes”.
Apuramos el café y zanjamos la situación con unas risas. Nos despedimos sin saber si besarnos o darnos la mano y un abrazo fraterno. Me acerqué y la besé en la comisura de los labios, mientras ella abría la boca como esperando algo más. Pero quise dejarlo así. “Un placer tía. Nos volvemos a ver”. Camino a casa no recuerdo las veces que maldije no haberle comido la boca hasta la campanilla.
Al día siguiente, después de haberme pajeado un par de veces dudé si llamarla o no. Es lo que tienen las pajas, te corres, baja tu nivel de testosterona, ves resbalar tu semen a lo largo de tu polla y de repente lo ves todo con otro prisma. Te desinflas. Cosas de tíos.
Fueron pasando la mañana y la tarde. Muchas dudas. Cuando casi tenía decidido dejar pasar el tema, un chorro hormonal de lo más inoportuno me empujó como un karma suicida a darme un garbeo hasta el hospital a primera hora de la noche. Una vez que te planteas ¿y por qué no? estás perdido.
Era una noche tranquila de hospital, apenas había gente en la sala de espera. Pregunté por la doctora Rebeca y al rato apareció. Estaba radiante, como cuando la redescubrí ayer. Envuelta en su bata blanca entreabierta se insinuaba su tremendo escote adornado con un collar de bolas rojas. Bajo la bata, que le llegaba hasta la mitad de sus muslos, continuaban unas piernas esculturales.
Al verme me dijo “Ya pensaba que no ibas a venir”. “Pasaba por aquí, y pensé que me apetecía saludarte”. “Serás cabrón” replicó entre risas. Durante un instante me invadió un miedo escénico casi infantil y pensé en volverme atrás, pero ya no había escapatoria. “Ven, te voy a enseñar el hospital “ y como si fuésemos dos novios de toda la vida, me cogió de la mano.
” Estas de suerte, acabo de terminar mi turno”. Durante todo el recorrido no recuerdo más que el movimiento de sus piernas y un culito respingón que se adivinaba bajo su bata ceñida. Reconozco que la situación y el lugar me provocaban una extraña sensación entre miedo y excitación. Nunca fui muy amigo de médicos ni de hospitales.
Finalmente llegamos a una consulta donde ponía Ginecología I. Antes de abrir la puerta me miró fijamente a los ojos “ ¿ Eso es lo que querías no ? “. Mis manos empezaban a sudar pero no era de miedo, sino de ganas de comerle ese coñito de mitad niña bien, mitad doctora salvaje. Entramos en un habitáculo enorme en el que reinaba una camilla de exploración que parecía un artilugio sacado de un museo de tortura medieval.
La agarré por la cintura y la plaqué contra la pared. Nos comimos la boca como poseídos. Jugaba a enredar su lengua con la mía y mientras le comía el cuello sentí su palma de la mano apretándome el paquete. “Bien, guapetón, así me gusta, que estés burrísimo, como en los viejos tiempos. Sólo que esta vez, te voy a follar yo a ti.”
Me ordenó que me sentase en la mesa de exploración con las piernas colgando en un apoya piernas. Estaba totalmente cachondo después del magreo. Cuando me quise deshacer del pantalón me dijo “No te muevas. Eres mi paciente, nene, y vas a hacer lo que yo te diga”.
Se puso entre mis piernas y saco sus tetas del escote dejándome ver un sujetador rojo de encaje. Empezó a restregar sus tetas por mi entrepierna. Por un instante pensé que me iba a correr en ese mismo momento y quedar en ridículo con un chorro de semen marcado en mi pantalón, pero finalmente pude controlarme.
Hábilmente abrió mi bragueta y dejó mi polla al aire como un mástil sin bandera. Se recreó durante un momento eterno mirando mi polla. “Veo que con la edad has ganado algún centímetro más de polla, hmmm “. Apenas podía ver lo que me hacía pero sentía su mirada lasciva clavada en mi glande. Entonces se puso a mi cabecera y cogió un bote de suero, lo abrió y vació su contenido sobre mi polla. El frío de aquel líquido casi me vuelve loco. Atrapó mi polla entre sus tetas y jugó rozando sus pezones contra mi polla. Yo quería tocarla pero era imposible. Era su prisionero. Jugaba en su campo.




Me desabrochó la camisa y colocando la botella a la altura de su vientre la agitó como si estuviera sacudiendo una polla imaginaria. Las gotas de suero cayeron una tras otra sobre mi pecho y mi cara. “Saca la lengua y cómete el suero de tu cara como si estuvieras comiéndote mi corrida”. Obedecí. “Me tienes putísima perdida. Tengo el tanga empapado”. Jugaba con los tiempos como una auténtica maestra. Estaba literalmente al borde de la desesperación. Cuando de repente noté su boca en mi capullo. Con un movimiento brusco se deshizo de mis pantalones y mi slip. El frío en mi pecho contrastaba con el calor en mi polla. Succionó un par de veces mi polla para luego pasar a comerme los huevos que estaban literalmente colgando.
Disfrutaba mordisqueando mi escroto. Lentamente, paseaba su lengua desde mi culo hasta los huevos, recorriendo mi polla. Notaba su melena roja cubriéndome el vientre. Puso un alza delante de ese potro de tortura y se subió dándome la espalda agarrando mi polla y metiéndosela en su coño encharcado. Yo deseaba embestirla, empujarme hasta el fondo de su coño pero no pude. Ella hacía todo el trabajo. Al meterse mi polla enterita lanzó un gemido para quedarse apoyada sobre mi rabo. Me folló con embestidas violentas, jadeando como una perra en celo. Así pasamos un rato hasta que se detuvo. Mi polla chorreante de su flujo quería más de esa medicina.



Volvió a la cabecera de mi camilla decidida a regalarme su lengua y empapar de su saliva toda mi cara. Cogió un bote de lubricante. Me miraba con cara de zorra mientras estrujaba un tubo de gel que caía a chorro bañando toda mi polla. Con los restos de lubricante untó su mano enfundada en un guante y me metió un dedo en el culo para masajearme la próstata mientras con la otra mano me pajeaba. En mi vida había estado tan locamente cachondo. Fuera de control a las órdenes de esa súcuba roja. “Sólo quiero que no te corras. Avísame”.
Cuando ya estaba a punto de correrme noté como una gota de semen me salía por el glande. Le dio un lengüetazo comiéndose desesperadamente mi casi corrida.



Entonces volvió a subirse al alza y metió mi polla embadurnada en gel en su culo. “Me flipa que me follen por el culo”. Perdió en control. Sus gemidos me iban diciendo que se iba a correr en breve. Exclamo unas palabras incomprensible y me pidió que me corriese en su culo.
Bastaron un par de embestidas más para llenar su culo de mi leche. Me limpió con unas gasas y se metió mi polla en la boca de nuevo. Después de jugar un rato con ella, me dijo.”Oye, tenemos que irnos”. Le ayude a reponer los utensilios utilizados. No mediamos ni media palabra. Al salir de la consulta nos besamos. “Un placer guapo, nos debíamos este momento”.
Camino a casa sólo deseaba volverme a encontrar con Rebeca.




lunes, 2 de noviembre de 2009

Clases particulares (II)

(Si no has leido la primera parte, puedes hacerlo aquí)

Aquellos recuerdos… Me aparté sus manos de los ojos, me giré y me encontré con su mirada… El pelmazo de Carlos seguía usando gafas, unas gafas que le hacían tener un aspecto interesantísimo. Y lo mejor es que tras aquellas gafas seguía teniendo la misma mirada cargada de lujuria de antaño…

Yo jugueteaba con uno de mis rizos, enredándolo entre mis dedos, mientras mordisqueaba el lapicero. “Termina eso, no seas pesada”. Yo bajaba la mirada e intentaba concentrarme, pero no podía sacarme la escena del día anterior de la cabeza. Y sabía que él tampoco. Por cómo me miraba, por cómo respiraba, por cómo sus manos se movían nerviosas entre los cuadernos, por cómo se le encendían las mejillas… “Termina eso y tendrás tu premio, niña”.

Me puse como loca a hacer aquellos malditos ejercicios, me sudaban las manos y me costó un grandísimo esfuerzo concentrarme. ¿Mi premio? ¿Qué tendría reservado Carlos aquella mañana para mí?

“Están”, dije, lanzándole el cuaderno. Me miró sonriendo. Corrigió los ejercicios a la velocidad de la luz. “Bien, todo correcto. Vete rápido a cambiarte. Te espero en la piscina”.

Salí hacia la habitación como una expiración. Me quité rápidamente la ropa, mirándome al espejo. Me temblaban las piernas de la excitación. Tenía las bragas empapadas. Me puse el bikini más minúsculo que encontré en el cajón y me dirigí al jardín.

Carlos estaba en el agua, completamente desnudo. Me metí en el agua, despacio. El nadó hacia mí. “Quédate ahí, no te metas en el agua”. Me senté en el borde de la piscina, con las piernas en el agua. “Quítate el bikini, quiero verte desnuda”. Sentía mis pezones erectos y mi coñito húmedo dentro del bikini. Me deshice de las prendas con rapidez mientras él me miraba, sobándose la polla debajo del agua. Se colocó entre mis piernas y me las abrió… Se quedó mirando mi coñito depilado y comenzó a juguetear con uno de sus dedos, húmedos, entre mis labios. Pellizcaba mi clítoris, los masajeaba… bajaba el dedo rodeando mi agujerito y bajaba hasta mi culo, rozándolo apenas… Me metió un dedo en el coño. Un escalofrío me recorrió la espalda. “Qué calentita estás, y qué mojada” Comenzó a mover el dedo haciendo círculos dentro de mí, doblando el dedo, recorriendo todo mi interior. Yo palpitaba en cada movimiento, me contraía, se me cerraban las piernas, queriendo atraparlo.

 “Cómeme el coño, Carlos, por favor”, supliqué. Sacó el dedo y me abrió el coño. Metió su lengua hasta el fondo. Notaba su nariz pegada a mi clítoris. ¡Dios, qué lengua tenía Carlos! La notaba moverse, chupándome por dentro, entrando y saliendo despacio, dura, mojada… mezclando su saliva con mi humedad. Después la sacó y comenzó a comerme el clítoris con los labios y la lengua, hasta que ya no pude más y me corrí en su boca, dejándome caer hacia atrás.




Sin concederme un segundo de tregua, me cogió en brazos y me metió en el agua. “Ahora cómeme la polla, a ver cómo usas tú esa lengüita”. Se sentó en el borde de la piscina, y me colocó entre sus piernas. Agarré aquella polla erecta entre mis manos y jugueteé un poco con ella, mirándole a los ojos. “Métetela en la boca, vamos”. Obedecí y me la metí en la boca, hasta el fondo. Comencé a mover las mandíbulas en círculos, sin abrir la boca, mientras giraba mi lengua en el poco espacio que aquella polla dura me dejaba. La empapé entera con mi saliva y después comencé a mamársela, metiéndola y sacándola, apretando su glande entre mis labios.

Sentía el agua fría en mi coño, me estaba clavando el borde de la piscina en las tetas en cada movimiento pero estaba disfrutando como una zorrita comiéndome aquella polla caliente y dura… Supe que se iba a correr cuando me agarró la cabeza con las manos y empezó a follarme la boca, moviendo mi cabeza arriba y abajo como si fuera parte de su cuerpo. Y entonces me la metió hasta el fondo, casi cortándome la respiración y sentí el estallido de su semen en mi boca a la vez que él se estremecía susurrando: “Joder, joder”.



Salí del agua, limpiándome su semen de la comisura de mis labios, y me tumbé sobre él. “¿No me vas a follar?”, pregunté. Me agarró el culo y me quitó de encima, diciendo: “Tema dos, de memoria, para mañana”. Y levantándose, se dirigió hacia el salón. A los cinco minutos oí cómo se cerraba la puerta de casa.

(Continuará...)