miércoles, 4 de noviembre de 2009

Jugando a médicos


Callejeando en una tarde de verano me encontré con mi amiga Rebeca. Compartíamos ciudad desde que nos conocimos en plena explosión hormonal adolescente. Recuerdo de ella un sinfín de momentos de calentón y noches de sabanas empapadas en mi soledad, imaginándome robarle el virgo aunque nunca llegó el momento. Como mucho, me dejaba comerle las tetas y algún intento felatorio sin rematar, quedándome peor que un esquizofrénico sin su medicación. Me volvían loco sus tetas adolescentes, duras como piedras y voluminosas con unos pezones que parecían querer atravesar sus camisas siempre vertiginosamente ajustadas.
De aquellas era una pelirroja tímida, de esas con cara de “yo no fui”. Siempre correcta, chica de familia acomodada y virtuosa por estar llena de virtudes. La típica chica que jamás permitiría que un canalla como yo la sedujera lo suficiente como para volverla loca. Siempre preocupada por tenerlo todo bajo control y nunca sentir demasiado, ni descontrolar demasiado. Tan cándida y dulce que le solía decir que me encantaba ensuciarla, a lo que ella respondía poniéndose como un tomate y una vez recuperada me increpaba que era un cerdo y que sólo la quería para eso.
Un día decidió que le convenía seguir su andadura vital con un tipo más en su línea. Un tal Carlos, aunque me consta que en algunos círculos lo llamaban Carlitos picha floja, un panoli de tres al cuarto con gafas de pasta que sentía vocación por la enseñanza. Ella acabo dedicándose al noble oficio de la medicina y nos fuimos perdiendo la pista.
Nos seguíamos encontrando por los bares. Pocas veces charlábamos más de un par de minutos. Terminábamos las conversaciones con un “..Nos llamamos”, que nunca se llegaba a materializar.
Sin embargo, aquel día fue distinto. Nos detuvimos a conversar más de lo que era habitual para un encuentro azaroso de los nuestros. Le propuse un café y empezamos a largar como cotorras, poniéndonos al día. Fue como si no hubiese pasado ni una semana desde nuestra separación, ya más de 10 años. Se ganaba la vida en un hospital, salvando vidas en un servicio de urgencias. Me contó que ese curro de matasanos le había cambiado la vida. Después de haber visto a tanta gente palmar, decía que se había convertido en una crapulilla y no hacía más que repetirme, “Carpe diem hermano”.
Había cambiado en algunas cosas. Se había despojado de esa hojarasca de niña catequista aunque seguía luciendo un escote impresionante y unas piernas kilométricas. Conservaba esa melena rizosa cobriza con un mechón que le colgaba por la frente y una cara tatuada de pecas en el puente nasal. Rebeca tenía unos ojos increíbles. No eran ni azules ni verdes más bien diría que eran grises, como el color del cielo en días nublados.
Después de un largo rato de cháchara me di cuenta, de que casi ni la estaba escuchando. Me sentía totalmente fascinado por el movimiento de su lengua al hablar, por el color de sus labios rojo carmesí y esa increíble luz que desprendía al mirarme.




Casi sin pensarlo le dije “Joder Rebe, con lo que me hubiera gustado follarte. Ella se sonrojó y al darse cuenta, quiso rebelarse y me contestó “Pues aunque no te lo creas, alguna paja me he hecho pensando en tu polla”. Me descolocó. No me esperaba esa respuesta. Aún vivía en mí el recuerdo de esa niña de coro de misa dominical. No pude por menos que sentir un ligero picorcillo en mi entrepierna. Y de inmediato le contesté “Pues lo cierto es que desde que te he visto, no he podido quitarme de la cabeza aquel día en que me comiste la polla por primera vez”. Se rió a carcajadas. “Joder, que arcadas tío. Estabas tan empalmado que tu polla casi no me entraba en la boca”. Un silencio un tanto incómodo flotaba por el ambiente. Sin querer, o queriendo, nos habíamos metido en un terreno peligroso. No quería cagarla. Entonces se me ocurrió “ Una pena que no estuvieras currando en el hospital por aquel entonces. Me hubiera gustado follarte en una de esas camas de exploración ginecológica”. Ella sonrió y sin apenas dejar pasar unos segundos me dijo “Eso tiene solución, si tienes cojones de venir a verme mañana que estoy de guardia”. El corazón me latía tan fuerte que casi me sale por la boca. “Ah sí ? Mañana sería perfecto, no tengo ningún plan”. “Seguro que al final te acojonas y no vienes”.
Apuramos el café y zanjamos la situación con unas risas. Nos despedimos sin saber si besarnos o darnos la mano y un abrazo fraterno. Me acerqué y la besé en la comisura de los labios, mientras ella abría la boca como esperando algo más. Pero quise dejarlo así. “Un placer tía. Nos volvemos a ver”. Camino a casa no recuerdo las veces que maldije no haberle comido la boca hasta la campanilla.
Al día siguiente, después de haberme pajeado un par de veces dudé si llamarla o no. Es lo que tienen las pajas, te corres, baja tu nivel de testosterona, ves resbalar tu semen a lo largo de tu polla y de repente lo ves todo con otro prisma. Te desinflas. Cosas de tíos.
Fueron pasando la mañana y la tarde. Muchas dudas. Cuando casi tenía decidido dejar pasar el tema, un chorro hormonal de lo más inoportuno me empujó como un karma suicida a darme un garbeo hasta el hospital a primera hora de la noche. Una vez que te planteas ¿y por qué no? estás perdido.
Era una noche tranquila de hospital, apenas había gente en la sala de espera. Pregunté por la doctora Rebeca y al rato apareció. Estaba radiante, como cuando la redescubrí ayer. Envuelta en su bata blanca entreabierta se insinuaba su tremendo escote adornado con un collar de bolas rojas. Bajo la bata, que le llegaba hasta la mitad de sus muslos, continuaban unas piernas esculturales.
Al verme me dijo “Ya pensaba que no ibas a venir”. “Pasaba por aquí, y pensé que me apetecía saludarte”. “Serás cabrón” replicó entre risas. Durante un instante me invadió un miedo escénico casi infantil y pensé en volverme atrás, pero ya no había escapatoria. “Ven, te voy a enseñar el hospital “ y como si fuésemos dos novios de toda la vida, me cogió de la mano.
” Estas de suerte, acabo de terminar mi turno”. Durante todo el recorrido no recuerdo más que el movimiento de sus piernas y un culito respingón que se adivinaba bajo su bata ceñida. Reconozco que la situación y el lugar me provocaban una extraña sensación entre miedo y excitación. Nunca fui muy amigo de médicos ni de hospitales.
Finalmente llegamos a una consulta donde ponía Ginecología I. Antes de abrir la puerta me miró fijamente a los ojos “ ¿ Eso es lo que querías no ? “. Mis manos empezaban a sudar pero no era de miedo, sino de ganas de comerle ese coñito de mitad niña bien, mitad doctora salvaje. Entramos en un habitáculo enorme en el que reinaba una camilla de exploración que parecía un artilugio sacado de un museo de tortura medieval.
La agarré por la cintura y la plaqué contra la pared. Nos comimos la boca como poseídos. Jugaba a enredar su lengua con la mía y mientras le comía el cuello sentí su palma de la mano apretándome el paquete. “Bien, guapetón, así me gusta, que estés burrísimo, como en los viejos tiempos. Sólo que esta vez, te voy a follar yo a ti.”
Me ordenó que me sentase en la mesa de exploración con las piernas colgando en un apoya piernas. Estaba totalmente cachondo después del magreo. Cuando me quise deshacer del pantalón me dijo “No te muevas. Eres mi paciente, nene, y vas a hacer lo que yo te diga”.
Se puso entre mis piernas y saco sus tetas del escote dejándome ver un sujetador rojo de encaje. Empezó a restregar sus tetas por mi entrepierna. Por un instante pensé que me iba a correr en ese mismo momento y quedar en ridículo con un chorro de semen marcado en mi pantalón, pero finalmente pude controlarme.
Hábilmente abrió mi bragueta y dejó mi polla al aire como un mástil sin bandera. Se recreó durante un momento eterno mirando mi polla. “Veo que con la edad has ganado algún centímetro más de polla, hmmm “. Apenas podía ver lo que me hacía pero sentía su mirada lasciva clavada en mi glande. Entonces se puso a mi cabecera y cogió un bote de suero, lo abrió y vació su contenido sobre mi polla. El frío de aquel líquido casi me vuelve loco. Atrapó mi polla entre sus tetas y jugó rozando sus pezones contra mi polla. Yo quería tocarla pero era imposible. Era su prisionero. Jugaba en su campo.




Me desabrochó la camisa y colocando la botella a la altura de su vientre la agitó como si estuviera sacudiendo una polla imaginaria. Las gotas de suero cayeron una tras otra sobre mi pecho y mi cara. “Saca la lengua y cómete el suero de tu cara como si estuvieras comiéndote mi corrida”. Obedecí. “Me tienes putísima perdida. Tengo el tanga empapado”. Jugaba con los tiempos como una auténtica maestra. Estaba literalmente al borde de la desesperación. Cuando de repente noté su boca en mi capullo. Con un movimiento brusco se deshizo de mis pantalones y mi slip. El frío en mi pecho contrastaba con el calor en mi polla. Succionó un par de veces mi polla para luego pasar a comerme los huevos que estaban literalmente colgando.
Disfrutaba mordisqueando mi escroto. Lentamente, paseaba su lengua desde mi culo hasta los huevos, recorriendo mi polla. Notaba su melena roja cubriéndome el vientre. Puso un alza delante de ese potro de tortura y se subió dándome la espalda agarrando mi polla y metiéndosela en su coño encharcado. Yo deseaba embestirla, empujarme hasta el fondo de su coño pero no pude. Ella hacía todo el trabajo. Al meterse mi polla enterita lanzó un gemido para quedarse apoyada sobre mi rabo. Me folló con embestidas violentas, jadeando como una perra en celo. Así pasamos un rato hasta que se detuvo. Mi polla chorreante de su flujo quería más de esa medicina.



Volvió a la cabecera de mi camilla decidida a regalarme su lengua y empapar de su saliva toda mi cara. Cogió un bote de lubricante. Me miraba con cara de zorra mientras estrujaba un tubo de gel que caía a chorro bañando toda mi polla. Con los restos de lubricante untó su mano enfundada en un guante y me metió un dedo en el culo para masajearme la próstata mientras con la otra mano me pajeaba. En mi vida había estado tan locamente cachondo. Fuera de control a las órdenes de esa súcuba roja. “Sólo quiero que no te corras. Avísame”.
Cuando ya estaba a punto de correrme noté como una gota de semen me salía por el glande. Le dio un lengüetazo comiéndose desesperadamente mi casi corrida.



Entonces volvió a subirse al alza y metió mi polla embadurnada en gel en su culo. “Me flipa que me follen por el culo”. Perdió en control. Sus gemidos me iban diciendo que se iba a correr en breve. Exclamo unas palabras incomprensible y me pidió que me corriese en su culo.
Bastaron un par de embestidas más para llenar su culo de mi leche. Me limpió con unas gasas y se metió mi polla en la boca de nuevo. Después de jugar un rato con ella, me dijo.”Oye, tenemos que irnos”. Le ayude a reponer los utensilios utilizados. No mediamos ni media palabra. Al salir de la consulta nos besamos. “Un placer guapo, nos debíamos este momento”.
Camino a casa sólo deseaba volverme a encontrar con Rebeca.




lunes, 2 de noviembre de 2009

Clases particulares (II)

(Si no has leido la primera parte, puedes hacerlo aquí)

Aquellos recuerdos… Me aparté sus manos de los ojos, me giré y me encontré con su mirada… El pelmazo de Carlos seguía usando gafas, unas gafas que le hacían tener un aspecto interesantísimo. Y lo mejor es que tras aquellas gafas seguía teniendo la misma mirada cargada de lujuria de antaño…

Yo jugueteaba con uno de mis rizos, enredándolo entre mis dedos, mientras mordisqueaba el lapicero. “Termina eso, no seas pesada”. Yo bajaba la mirada e intentaba concentrarme, pero no podía sacarme la escena del día anterior de la cabeza. Y sabía que él tampoco. Por cómo me miraba, por cómo respiraba, por cómo sus manos se movían nerviosas entre los cuadernos, por cómo se le encendían las mejillas… “Termina eso y tendrás tu premio, niña”.

Me puse como loca a hacer aquellos malditos ejercicios, me sudaban las manos y me costó un grandísimo esfuerzo concentrarme. ¿Mi premio? ¿Qué tendría reservado Carlos aquella mañana para mí?

“Están”, dije, lanzándole el cuaderno. Me miró sonriendo. Corrigió los ejercicios a la velocidad de la luz. “Bien, todo correcto. Vete rápido a cambiarte. Te espero en la piscina”.

Salí hacia la habitación como una expiración. Me quité rápidamente la ropa, mirándome al espejo. Me temblaban las piernas de la excitación. Tenía las bragas empapadas. Me puse el bikini más minúsculo que encontré en el cajón y me dirigí al jardín.

Carlos estaba en el agua, completamente desnudo. Me metí en el agua, despacio. El nadó hacia mí. “Quédate ahí, no te metas en el agua”. Me senté en el borde de la piscina, con las piernas en el agua. “Quítate el bikini, quiero verte desnuda”. Sentía mis pezones erectos y mi coñito húmedo dentro del bikini. Me deshice de las prendas con rapidez mientras él me miraba, sobándose la polla debajo del agua. Se colocó entre mis piernas y me las abrió… Se quedó mirando mi coñito depilado y comenzó a juguetear con uno de sus dedos, húmedos, entre mis labios. Pellizcaba mi clítoris, los masajeaba… bajaba el dedo rodeando mi agujerito y bajaba hasta mi culo, rozándolo apenas… Me metió un dedo en el coño. Un escalofrío me recorrió la espalda. “Qué calentita estás, y qué mojada” Comenzó a mover el dedo haciendo círculos dentro de mí, doblando el dedo, recorriendo todo mi interior. Yo palpitaba en cada movimiento, me contraía, se me cerraban las piernas, queriendo atraparlo.

 “Cómeme el coño, Carlos, por favor”, supliqué. Sacó el dedo y me abrió el coño. Metió su lengua hasta el fondo. Notaba su nariz pegada a mi clítoris. ¡Dios, qué lengua tenía Carlos! La notaba moverse, chupándome por dentro, entrando y saliendo despacio, dura, mojada… mezclando su saliva con mi humedad. Después la sacó y comenzó a comerme el clítoris con los labios y la lengua, hasta que ya no pude más y me corrí en su boca, dejándome caer hacia atrás.




Sin concederme un segundo de tregua, me cogió en brazos y me metió en el agua. “Ahora cómeme la polla, a ver cómo usas tú esa lengüita”. Se sentó en el borde de la piscina, y me colocó entre sus piernas. Agarré aquella polla erecta entre mis manos y jugueteé un poco con ella, mirándole a los ojos. “Métetela en la boca, vamos”. Obedecí y me la metí en la boca, hasta el fondo. Comencé a mover las mandíbulas en círculos, sin abrir la boca, mientras giraba mi lengua en el poco espacio que aquella polla dura me dejaba. La empapé entera con mi saliva y después comencé a mamársela, metiéndola y sacándola, apretando su glande entre mis labios.

Sentía el agua fría en mi coño, me estaba clavando el borde de la piscina en las tetas en cada movimiento pero estaba disfrutando como una zorrita comiéndome aquella polla caliente y dura… Supe que se iba a correr cuando me agarró la cabeza con las manos y empezó a follarme la boca, moviendo mi cabeza arriba y abajo como si fuera parte de su cuerpo. Y entonces me la metió hasta el fondo, casi cortándome la respiración y sentí el estallido de su semen en mi boca a la vez que él se estremecía susurrando: “Joder, joder”.



Salí del agua, limpiándome su semen de la comisura de mis labios, y me tumbé sobre él. “¿No me vas a follar?”, pregunté. Me agarró el culo y me quitó de encima, diciendo: “Tema dos, de memoria, para mañana”. Y levantándose, se dirigió hacia el salón. A los cinco minutos oí cómo se cerraba la puerta de casa.

(Continuará...)

jueves, 29 de octubre de 2009

No me canso...



Me dejo caer sobre tu pecho,
envuelta en un aroma de sudores y flujos;
con el cabello enredado entre tus dedos
y tus piernas enredadas con las mías.

¡No puedo más!, susurro.

Pero siento tu respiración entrecortada
y tu corazón latiendo aún a mil por hora,
tus dedos recorriéndome la espalda
y tu polla resucitando dentro de mí.

Y basta un movimiento de tus caderas
para encenderme una vez más.
Siempre ardiendo, siempre dispuesta
a devorarte de nuevo con mi lengua.

¡No puedo más!, susurro.

Pero no me canso
de deshacerme entre tus manos,
mientras me embistes de nuevo,
follando en una danza de pasos infinitos.



lunes, 26 de octubre de 2009

Nosotros y el Mar


Estábamos sentados en un chiringuito al borde del mar. El tiempo parecía no pasar. Uno sentado al lado del otro en unas hamacas, apurando un mojito, saboreando la hierbabuena bañada en hielo. Hechizados de mar, nos dejábamos llevar por el sonido de las olas. Tus pies bañados de espuma de mar jugando a ser mar, me estaban produciendo una agradable excitación. Jugabas con tus pies a sentir las embestidas de las olas, mientras yo te observaba, distraída, como ausente.

Vestías una falda negra, de tela lisa que flotaba sobre tus muslos bronceados por el Sol, acariciándote como un amante caprichoso. Un cubito de hielo se deshacía en mi boca y antes de que se desvaneciese del todo, me acerqué para besarte pasándote el hielo y refrescar tus besos.

Miraste extrañada. Sonreí y me devolviste el gesto mordiéndote el labio. Sabes que me vuelves loco cuando te muerdes el labio, es tu forma de decir que me deseas.





Cogí otro hielo del vaso y te lo pasé por el cuello acompasando mis dedos con el ritmo de las olas que teníamos enfrente. Me recreaba viendo como una gota glaciar fluía por tu cuello muriendo en tu escote. Cerraste los ojos e inclinaste la cabeza hacia atrás inspirando profundamente como en comunión con la brisa de un embravecido mar. Mi mano se introdujo entre tus muslos. Estabas caliente, a pesar de la ventisca de aire marino que refrescaba el momento. Te desplazaste en la hamaca hacia adelante, empujando tu vientre, como intentando alcanzar mi mano con tu pubis.“Tranquila cariño, vamos despacito, disfruta del momento” te susurré.

Pasé otro hielo por tus muslos, disfrutando de cada espasmo que me regalaban tus piernas. Suavemente fui recorriendo tus piernas con el hielo. Primero uno, luego otro, mientras te bebía el cuello y enredaba mi lengua en el lóbulo de tu oreja.

Me encanta ser el dueño de tu excitación. Sentir tu cuerpo convulso a merced de mis caricias, es algo que me pierde, y tú lo sabes. Jugamos a aromatizar nuestros labios con hierbabuena y menta. Estábamos totalmente cachondos, el sexo en público es lo que tiene, nos pone a mil.

“Mira como me tienes cabrón”, me dijiste mientras introducías mi mano en tu raja. Podía oler tu coño empapado desde la breve distancia que nos separaba.

“Quiero más hielo” decías en un habla entrecortada. Introduje un dedo en tu vulva henchida, húmeda y voluptuosa. Me dispuse a recorrer suavemente tu clítoris que parecía estallar con cada roce de mi dedo. Cuando nos dimos cuenta estábamos solos en aquella terraza perdida en la playa.

“Dame tu polla, ahora, vamos “me ordenaste. Abrí la cremallera de mi pantalón y te lanzaste a comerme el glande que estaba a punto de estallar. Brillante y duro como a ti te gusta. Cuando sentí tu boca en mi entrepierna pensé que me iba a desmayar. Tras unas cuantas lametadas tenias toda mi polla en tu garganta mamándome, comiéndome, lamiéndome.




Aunque intenté controlarme, me corrí en tu boca y en ese mismo instante me absorbiste como si estuvieras apurando un refresco con una pajita. No pude evitar lanzar un grito. Entonces levantaste tu cabeza. La oscuridad de la noche enfatizaba unos labios con hileras de semen y esparciéndolos con tu lengua me besaste. “Para que sepas a lo que sabe tu polla, campeón “. A pesar de haberme dado una corrida brutal, seguía empalmado y te dije “Necesito follarte ahora mismo”.

Nos levantamos y pagamos la cuenta. El camarero te dedicó una sonrisa cómplice y tras pagar me regaló un guiño "Seguid disfrutando de la noche chicos".

Seguía empalmadísimo, con ganas de ti, deseando tenerte del todo. Lo quería todo contigo y tú estabas dispuesta a dármelo.

Salimos camino al hotel cuando de repente vislumbré un callejón solitario en el que había un murete como de medio metro en el centro. Nos miramos y entre besos entramos en un nuevo callejón del deseo.

Te senté encima del muro. Estabas a la altura perfecta. Tu vientre contra mi vientre. Saqué mi polla y retirando con el dedo el hilo de tu tanga, te metí la polla hasta el fondo. Es indescriptible la sensación de penetrarte hasta el fondo. Sentirme totalmente dentro y que el resto del mundo desaparezca.

Estabas como loca por follarme. Te movías en un baile caótico y arrítmico al son de nuestros gemidos. Dueño de tus muslos, empapado de ti, te movías erráticamente, me empujabas hacia tus más profundos deseos. Yo estaba excitadísimo, sin embargo era capaz de controlar mi excitación. Sabía que te ibas a correr antes que yo.

Una mujer pasó por delante de nosotros, momento que aproveché para abrazarte y simular que éramos una pareja más, abrazada al amparo de la noche. Introduje mi polla unos centímetros más hasta tocar el cuello de tu útero. “No te corras, aguanta cariño “. Bastaron un par de embestidas más para sentir tu corrida. Prisionero de tus piernas en un larguísimo orgasmo te quedaste besándome como una niña, mientras yo me corrí de nuevo.

Tu respiración en mi cuello, mi respiración en tu mejilla, nuestra corrida derramándose en el muro. Nos quedamos un momento escuchando de nuevo las olas del mar. “Vamos al hotel cariño, necesito más hielos”.


domingo, 25 de octubre de 2009

Clases particulares

Parece mentira como un simple aroma puede lograr que miles de imágenes pasadas, de recuerdos se te agolpen en un instante en la cabeza.

Estaba tomando unas copas con unas amigas cuando de repente noté que alguien se me acercaba por detrás y, tapándome los ojos, me decía al oído: “Hola… ¿sabes quién soy?”. Por un momento traté de zafarme de su mano, pero sentí su aliento en mi cuello y ese olor… ese aroma… me bloqueó. Oía las risas de mis amigas, la música del pub, a lo lejos. Mi mente comenzó un viaje en el tiempo, guiada por ese aroma. De repente me dio un vuelco al corazón al llegar al destino y aterrizar en aquellas lejanas escenas. “Carlos… Carlos”… susurré, apretando con fuerza la mano que me tapaba los ojos…



Carlos. Cómo olvidarte, guapo. De nuevo me dejo guiar por ese aroma… y viajo… y llego al verano del 97.

Primer año de facultad. Primer año de auténtico desmadre y primera bronca de mis padres cuando llegué a casa en Junio con las notas. Tras echarme la charla me castigaron a un verano de clases particulares con el pelmazo de Carlos, el sobrino del socio de mi padre. Conocía a Carlos desde niños. El típico empollón, pedante y resabiado. Era cuatro o cinco años mayor que yo. Guapete, pero un verdadero pelmazo. Así que intuí un verano de auténtica pesadilla

Carlos llegaba cada mañana a casa justo cuando mis padres se marchaban a trabajar. Yo, en chándal y aún con las legañas en los ojos, me lo encontraba sentado en el salón, con los libros sobre la mesa. Tan repeinado, con sus gafitas de empollón, tan serio. Me daba muchísima rabia, no le hacía ni caso y casi dormitaba mientras intentaba explicarme el manejo de aquellos números.

Me aburres” le dije un día… Me miró con perplejidad… “¿Perdona?”Que me aburres”, repetí, mirándole de reojo. Se quitó las gafas y me dirigió una mirada de sorpresa. “¿No podemos hacer otra cosa? ¿Hacerlo de otra forma? Anda… porfa…” Le miré con cara de zorrita adolescente… “Vamos un ratito a la piscina y luego seguimos estudiando”. Me dijo que no. Aunque en sus ojos pude ver una sombra de duda, de ganas de dejarse llevar por la tentación de un poco de diversión. Puse morritos de niña enfadada y volví a los libros, comenzando a urdir la forma de convencer a aquel gafitas… Tenía claro cómo hacerlo… lo había visto en sus ojos.

Me lo encontré a la mañana siguiente, en la misma postura de siempre. Salí de mi habitación descalza, con un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes con un escote de vértigo. Tragó saliva cuando me vio. Tragó más saliva cuando me incliné sobre la mesa, casi enseñándole las tetas. Siguió tragando saliva con cada movimiento sinuoso de mi culo sobre la silla… Pero no dijo ni mu. Y yo caliente como una perra. “Qué aburrido eres, Carlitos”, le dije cuando se marchaba.




Al día siguiente probé con un vestidito. Con más escote si cabe que el día anterior, sin sujetador, nuevamente descalza. Ni caso a ninguno de mis movimientos insinuantes, a mi forma de morder el boli con cara de lolita cachonda, a mis suspiros de aburrimiento… Probé a subir mis piececitos por sus piernas. Y entonces ocurrió. Cerró el libro con violencia, se quitó las gafas y agarrándome el pie derecho, me miró y me dijo: “¿Qué es lo que quieres? ¿Esto?” Me agarró el pie con fuerza y comenzó a frotarlo contra su polla, por encima del pantalón. Frotaba y frotaba, tirando de mi cuerpo hacia abajo, escurriéndome en la silla, notaba en la planta de mi pie su polla dura. Miraba sus ojos cerrados, su gesto contraído, el movimiento de sus manos bajo la mesa, sus dedos clavándose en mi pie. Y entonces se corrió, noté su espasmo en mi pie, atrapado entre sus piernas. Abrió los ojos, se puso las gafas y sin decir palabra, recogió sus cosas y se marchó, dando un portazo.

Me dejó completamente descolocada. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no esperaba una reacción así por su parte, tan violenta, tan llena de rabia. Me sentí un poco culpable aunque reconozco que me puso muchísimo y pasé la tarde super excitada recordando su polla dura, y me masturbé un par de veces agarrándome los pies… No sabía si vendría o no al día siguiente y la idea me perturbaba…

Cuando salí al día siguiente de la habitación, me lo encontré sentado en la mesa del salón, como cada mañana. No tenía las gafas puestas y olía diferente. ¿Se había perfumado para mí? Me sentí un poco cohibida cuando me miró fijamente, y me subí del todo la cremallera de la chaqueta del chándal…

No, bonita, no…” me dijo, levantándose “Tú has comenzado este juego… así que vamos a seguir jugando”. Me arrinconó contra la mesa y me bajó la cremallera, dejando mis tetas sólo cubiertas con el sujetador, al aire.

Bien… vamos a ver a que saben estos pezones. Siéntate en la mesa”. Me puse a mil al escucharle darme órdenes. El pelmazo de Carlitos, con su carita de pánfilo, se deshizo de mi chaqueta y de mi sujetador y metiéndose entre mis piernas comenzó a comerme las tetas con una lengua prodigiosa. Lamía, se paraba en mis pezones, mordiqueándolos… “Así te gustan las clases, ¿niña? ¿Así no te aburres?” Yo no podía más que gemir ante aquella situación morbosa, ante aquella lengua que me recorría el cuerpo como una culebra, reptando hasta mi garganta, llenando de saliva mis pezones, mi ombligo… Aquel aroma de perfume nuevo, aquel pelo revuelto que se acercaba a mi entrepierna completamente empapada… “¿Quieres seguir jugando, niña?” Le dije que si, levantando el culo lo suficiente como para bajarme el pantalón… Se deshizo de la prenda en un solo movimiento… Y con otro más me quitó las bragas, dejándome completamente desnuda, sólo con mis calcetines puestos, sobre la mesa… Me empujó, casi con violencia, hasta tumbarme… Cerré los ojos, jadeando, anticipando la comida de coño que iba a hacerme. Me tapé la cara con un brazo y esperé con ansia su boca en mi clítoris… Pero no llegaba.

Levanté un poco la cabeza y le vi sentado en la silla, con los pantalones por los tobillos, pajeándose mirando mi coño abierto… Mi coño, que palpitaba ansioso de lengua, hambriento de polla, mi clítoris hinchado, esponjoso… Comencé a acariciarme excitada con la imagen de su masturbación, mirando su polla, brillante con las primeras gotas de su semen, miré su cabeza inclinada hacia atrás, su boca abierta, y vi como se corría, derramando su leche sobre su torso desnudo…

Paré de tocarme, esperando su reacción. ¿Qué haría ahora? ¿Se vestiría deprisa y se marcharía dando un portazo como hizo ayer? Se repuso de su orgasmo y me miró con su cara de siempre… y entonces me dijo: “Ahora te voy a comer el coño hasta que te corras como la zorrita que eres. Y después vas a aprenderte el tema uno como si te fuera la vida en ello. ¿De acuerdo?” No pude más que musitar un sí… no me dio tiempo a más… Su lengua tomó posesión de la situación, lamiendo todo mi coño, desde el clítoris hasta el culo, parándose en mi agujerito, abierto, lleno de jugos, bebiéndoselos. Lamiéndome con toda su lengua, arriba, abajo, arriba abajo… y follándome con ella… dentro, fuera, dentro, fuera… sorbiéndome y tragándose toda mi humedad.



Me corrí como no me había corrido antes en mi vida, agarrándole por el pelo y apretando su cara contra mi coño, sepultándole entre mis piernas, casi ahogándole mientras me retorcía, desnuda, entre libros y apuntes…



(Continuará...)

viernes, 23 de octubre de 2009

Cuenta atrás

Cuento las horas que faltan para volver a verte. Cuento los minutos. Cada segundo cuenta en el espacio y el tiempo que me separan de tu cuerpo. Horas para reencontrarte. Minutos para reconocerme en tu mirada. Segundos para percibir tu aroma. Nanosegundos para encenderme.

Quedaremos para tomar algo por ahí. Llegaré absolutamente cachonda tras haber recibido tus mensajes… “Date prisa, necesito follarte”, “Estoy tan empalmado que no sé si voy a aguantar sin hacerme una paja antes de que llegues”. Te pediré que esperes, que me esperes, que quiero que me folles con ese ansia, con esa necesidad… Cuando llegue a tu casa, estarás ya esperándome en el portal. Subirás al coche, oliendo a ganas, con aroma de sexo anticipado. “Cariño, necesito follarte… ahora”. Me comerás la boca como queriendo absorberme, mientras mis manos se deslizan desde tu cuello, por tu pecho, tocando, palpando, sobándote, hasta llegar a la certeza de tu polla dura, necesitada y ansiosa.

“Vamos al callejón, cariño”. Meto primera. Me levantas la falda. Segunda. Retiras el hilo de mi tanga. Tercera. Acaricias mi coño humedecido. Paro en un semáforo mientras uno de tus dedos me penetra con furia. “Sácate la polla”, susurró entre gemidos. Te desabrochas los botones, y la sacas, reluciente, tan apetecible. “Mira cómo me tienes, cabrona”. Miro alrededor: nadie, semáforo aún en rojo. Me desabrocho el cinturón y me lanzo entre tus piernas. Te atrapo entre mis labios y trato de metérmela entera en la boca, aunque sé que es imposible... Tan enorme, tan dura, tan gruesa… Te la mamo con ganas, con tus manos agarrándome la cabeza, hasta que me avisas de que se acercan algunos peatones…



Semáforo en verde. Iniciamos la marcha. Primera. Me desabrochas un par de botones de la camisa. Segunda. Sacas mis tetas del sujetador. Tercera. Me pellizcas los pezones, duros, pidiendo lengua. Acelero. Aceleras. Te pajeas con una mano mientras con la otra me sobas las tetas.

Llegamos al callejón, nuestro callejón del deseo. Paro el motor y apago las luces. Cuando entro en la parte de atrás, tú ya estás desnudo, acariciando tu polla y mirándome con esa cara de guarro que tanto me pone. Me siento a horcajadas sobre ti, en el asiento central. Nos besamos con furia, devorándonos la boca, me quito la camisa y el sujetador mientras muevo las caderas sobre ti, frotando mi coño con tu polla, deslizándome sobre ella, bañándola en mis jugos. Me comes las tetas, atrapándolas en cada movimiento, chupando mis pezones cada vez que mi pecho se acerca a ti…


“Déjame comerte el coño”, me pides. “No, quiero que me folles ya, que me metas la polla ahora mismo, entera, hasta el fondo”. Me retiras el tanga con una mano y con un solo movimiento de mis caderas tu polla entra en mí con una facilidad asombrosa. Hasta el fondo, sin ofrecer la mínima resistencia mi coño devora tu dureza. Abro y cierro. Atrapándote, engulléndote, con tus manos ancladas a mi culo. Reinicio el vaivén, primero despacio, lento, rico… luego rápido, más rápido, más rico…

“Para… despacio, nena, despacio. Déjame a mí…” Me echo hacia atrás entre los dos asientos delanteros, mi cuerpo completamente desnudo para ti… me siento tan excitada, tan guarra en ese momento, con tus manos acariciándome todo el cuerpo, viendo cómo te chupas los dedos, llenándolos de saliva para después posarlos sobre mi clítoris. Comenzando a acariciarlo… despacio, lento, rico… Luego rápido, más rápido, más fuerte, más rico… Me voy deshaciendo entre tus dedos, con tu polla dentro de mi coño y mi clítoris a punto de estallar. Y estallando por fin, corriéndome entre tus dedos, con la respiración agitada y gimiendo como una loca, apretando tu polla entre mis caderas, mojándola aún más…



Y entonces comienzas a follarme, con mi cuerpo echado hacia atrás, con mi espalda arqueada, aún disfrutando el escalofrío de mi orgasmo. Me agarras de las caderas y comienzas a empujarme hacia ti, apartándome, acercándome… metiendo y sacando tu polla, manejándome como a una muñeca caliente y empapada, enredando mis hilos de marioneta apasionada, bamboleándome, bombeándome, follándome poniendo esa gesto que me vuelve literalmente loca: el ceño fruncido, mordiéndote los labios… respirando cada vez más fuerte hasta que se te escapa un gemido entre los labios cuando por fin… te corres.. y entonces me reclamas de nuevo contra tu pecho, me besas suavemente los labios, tu respiración se relaja poco a poco, acompasándose al ritmo de la mía…

Y en ese momento comienza de nuevo la cuenta atrás… ese perverso recuento de las horas, los minutos, los segundos...



jueves, 22 de octubre de 2009

Lo quiero todo

Lo quiero TODO contigo



Besos, tu saliva en mi boca, tu boca abierta entre mis piernas, tus piernas atrapando mi cintura, mi cintura perdida entre tus manos, tus manos acariciándome las tetas, mis tetas perdidas entre tus labios, tus labios recorriendo mi coño, mi coño atrapando tu polla, tu polla creciendo y muriendo dentro de mí, mientras me sigues dando besos.